Malecón
- Rodolfo Struck
- 27 ago
- 17 Min. de lectura
Actualizado: 25 sept
Se ve como espejo desde afuera, pero de seguro es ventana desde adentro, o sea se llevarían la impresión de que los estoy fotografiando en pijama o en cueros si se asoman a estas horas. Esa primera parada es a las 5:45 am frente a la puerta del vecino para tomarme la foto de inicio de la caminata y poder compararla con la del final, que será igual, pero empapado en sudor.
Bajo por la Morelos al malecón y me dirijo hacia El Coromuel.
El mar está especialmente apacible, como un espejo y recibiendo la luna llena con un cielo rosáceo de fondo. Del lado opuesto, el sol está por salir de la montaña con nubecillas en tonos naranja detrás...
Qué bueno que hoy traje el celular para poder tomarle una foto, aunque no hay mejor cámara que el corazón…
Me gusta salir sin teléfono, para no tener distracciones de las maravillas de la naturaleza; sin lentes de contacto, para no fijarme en las expresiones de las personas, no encontrarme al verdugo en sus relojes y para ver todo como si fueran pinturas de Renoir; sin identificación, para sentirme anónimo y para que, si algo llegara a pasarme, alguien conocido sea quien de aviso en casa.
Pero quiero documentar en fotos los tiempos: la hora de salida, la de llegada al marco amarillo, ya cerca del Coromuel, y la del regreso, todo caminando, es decir sin trotar por tramos como suelo hacerlo.
Al primero que me encuentro es al Profe Víctor, sonriente y saludando a las personas con las que se cruza.
Siento una extraña gratitud de vivir en un lugar donde el gobernador puede salir a caminar como cualquier otra persona y me pregunto, ¿en cuantos estados de nuestro país o del mundo será esto posible, independientemente de sus ideologías, desempeño y popularidad?
Al poco tiempo de que mi papá regresó a vivir a La Paz jubilado, me contó lo que le pasó en algún evento:
Alrededor de su mesa estaban sus amigos de la infancia y otros aún por conocer, porque como es bien sabido, “en La Paz no hay extraños, sólo amigos que no han sido presentados.” En esa época él traía un problema en la pierna y usaba bastón.
En sus propias palabras: “Cada vez que me quería levantar para e ir a la barra por un Whisky, un señor muy amable se ofrecía a traérmelo él. Mientras iba por enésima vez a hacerlo, le pregunté a mis amigos:
‘Oigan, ¿Quién es ese señor tan amable que me ha estado trayendo los Whiskitos?’ a lo que ellos, sorprendidos, escandalizados e incrédulos, me contestaron: “¿Cómo que quien es, pinchi Pato? ¡Es tu presidente!””
Resulta que ese señor era el profe Víctor, recién inaugurado en su cargo de Presidente Municipal de La Paz… Mi papá, ajeno a las novedades políticas del estado, hasta ese momento lo conoció…
Del 2006 al 2007 estuve yendo a las juntas mensuales del Plan de Desarrollo Urbano en Todos Santos, en representación del desarrollador para el que trabajaba y fui conociendo al profe Víctor quien las presidía, pero no compartí esta anécdota con él, hasta un día en que nos encontramos frente a los bancos de la 16 de Septiembre en La Paz, cuando mi papá ya había muerto y él ya había terminado su presidencia.
En ese momento le hizo mucha gracia y agradeció mi gesto de contársela desinteresadamente. Pero dudo mucho que me reconozca con canas, me saluda como a todos los demás…
Más adelante me encuentro a Lois, quien me saluda muy formalmente, sin detener su paso ni voltearme a ver más de un segundo…
De ahí derivaron una serie de pensamientos del magnífico ministerio que ella y su esposo Steve tienen desde hace décadas, donde combinan aventura con evangelismo y con ayuda al prójimo.
Desde viajes a la isla en kayak, acampar, buceo, picnics, eventos, colectas, etcétera, algo así como diversión extrema y evangelismo sano en variados paquetes para todas las edades.
También vinieron a mi mente Clare y Gerry que solían ir a nuestra iglesia los domingos en la mañana y ahora van con ellos en la noche. Mi esposa y yo hemos desayunado con Clare y Gerry desde hace 3 años, unos tres domingos al mes en promedio.
Verlos así, especialmente a Clare, me ha permitido detectar, admitir y corregir cierta intolerancia mía a la frustración e incomodidad, en general, y a las deficiencias de los restaurantes, en particular…
Para mí, ir a un restaurante es una experiencia holística que involucra sabores, comodidad de las sillas, atención, vista, tipo de música, iluminación, ambiente, temperatura, olor, ruido, decoración, y un sinfín de otros detalles.
Por mucho tiempo fui juicioso, quejumbroso y definitivo. Es decir, no le daba una segunda oportunidad a un restaurante en donde las deficiencias hubieran superado a las virtudes.
En 2019 inicié mi terapia de grupo en AA. Ahí, la condición previa de otros le sirve a uno de recordatorio y advertencia; sus logros presentes de motivación. Nos vemos reflejados en otros, nuestros defectos y actitudes se hacen evidentes e innegables. Comencé un trabajo de reconstrucción de personalidad y autoestima, cambio de paradigmas y especialmente de empatía y atención a otros, sin juzgar, sin prejuicios, etc.
Algo similar me pasa viendo a Clare quejarse del ruido, del perro del vecino, del musico callejero que se pone a tocar “música,” de que se tardan mucho, de que el café no está caliente, etc. desayunar con Clare es como una terapia de grupo distinta, me veo en ella y me nace una voluntad de cambiar yo, de trabajar mis reacciones equivalentes…
Por otra parte, si algo he aprendido con absoluta certeza en la última década, es que la compañía es el elemento más importante de una experiencia culinaria…
“Lo más importante no es lo que está en la mesa, sino sobre las sillas.”
Por ejemplo, en extremos opuestos:
Si estamos con alguien que nos irrita, deprime o aburre, no importa lo exquisito de los platillos, las bebidas, lo impecable del ambiente y el servicio del mejor restaurante, será un suplicio sobrevivir la hora...
En cambio, si pudiésemos cenar con nuestro artista, autor o actor favorito o simplemente estamos con la persona que nos tiene enamorados, el restaurante y la comida pierden relevancia por la emoción, si no es que hasta desaparecen de nuestra percepción.
No es “donde,” siempre es “con quien.”
Así que, aunque las quejas de Clare son muy justificadas, me hacen sentir más del lado del interlocutor aburrido que del emocionante, o sea “insuficiente” para distraerla de éstas y del lugar en cuestión. Digo “me,” en parte porque mi esposa difícilmente podría caer en esa categoría, pero sobre todo porque tiendo a atribuirme la culpa de todo…
Quizá debería de retomar mis quejas y reclamos sarcásticos y crueles contra meseros, hosts y chefs, conversando menos con Gerry y Clare para que ahora ella se cure gracias a mí, idealmente antes de que nos quedemos sin restaurantes a los que me permitan la entrada a mí, o estén entre los aún aceptables para ella…
Por otro lado, Clare, como yo, viene de un pasado complicado y de una versión oscura y confusa de sí misma. Algo así como un ave fénix, que ha pasado por dificultades y pérdidas, pero que ha renacido de sus propias cenizas más fuerte, sabio, glorioso, con mayor empatía y compasión.
La conversión y la salvación son un evento único, grandioso y de implicaciones eternas que nos pone en paz con Dios.
Esta paz le da a Clare una profunda gratitud y confianza que son contagiosas y adictivas, al menos para un alma afín como la mía.
Desde el primero que me dio hace años al son de “buenos días no te rías, alegría,” sus abrazos dan fe de esa afinidad, gratitud y confianza.
También me brindan una sensación de ser escuchado, apreciado y querido que no tiene nada que ver con los oídos, la mente o el cuerpo, sino algo más etéreo. Espero que sea mutuo.
Sin embargo, estar en paz con el prójimo e incluso con nosotros mismos como resultado de dicha salvación, es un proceso largo, arduo y a veces doloroso, ya que implica reconocer nuestros defectos, actitudes, reacciones, caprichos, etc. y trabajar en ellos; tolerar los del prójimo y aprender a escuchar, ser empáticos y no juzgar, un proceso en el que todos nos encontramos avanzando hasta que partamos al más allá…
Desde una perspectiva mundana:
Lo malo es que un día vamos a morir, lo bueno es que todos los demás días no. Desde una perspectiva cristiana es al revés: la mala noticia es que solamente un día vamos a partir a casa, todos los demás no. Es más,
“La eternidad no comienza al morir, sino que ya estamos viviéndola.”
El consuelo es que, mientras tanto, nos tenemos unos a otros y juntos aprendemos a querernos, ayudarnos, motivarnos, exhortarnos, etc. y en eso, Clare y Gerry son maravillosos compañeros de jornada…
“Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia.” -Marcel Proust
En eso alcanzo a mis tíos Milo y Lety, que desde que tengo uso de razón, siempre están juntos, serenos y sonrientes. Una pareja ejemplar, desde mi experiencia y punto de vista.
Como todo matrimonio, estoy seguro de que han tenido, tienen y tendrán sus altas y bajas todo el tiempo, porque estar casado es como subirse a la montaña rusa de las emociones, pero evidentemente han tenido la sabiduría, perseverancia, compromiso, comunicación, capacidad de perdonar y de pedir perdón, para llegar felizmente amalgamados a la edad de la jubilación “…y más allá” como bien diría Buzz Lightyear.
La atención concentrada y genuina es el mayor regalo que uno puede darle a otra persona y además es contagiosa y suele volverse reciproca…
La presencia de ellos, particularmente la de él, suele apuntar mis pensamientos hacia la familia paterna, en especial a nuestros respectivos padres:
El suyo, “Milo” Mendoza, hermano de mi abuela y quien fungió como mi abuelo cuando fui niño, ya que el mío murió antes de que yo naciera; El mío, porque es su primo hermano más cercano (vive a dos cuadras), y por lo tanto con quien más nos frecuentábamos al final de su vida.
Por lo general, Milo y yo nos saludamos de palabra, si acaso de mano y, si vamos en la misma dirección, platicamos los tres un rato, pero hoy se nos antojó un abrazo… Saludarlo así, con la bahía y el mogote de fondo, me recuerda un evento de la infancia:
Mientras visitábamos La Paz en unas vacaciones de verano, mi padre nos llevó a mis hermanos y a mí a explorar el Mogote en un buggy arenero que nos prestó Raúl Arturo, otro primo hermano suyo que es hijo, hermano y padre de un Valerio González.
Cuando estábamos más lejos, a unos 40 km de la ciudad, el coche se averió… Caminamos unos kilómetros, mi padre cargando a mi hermano menor casi todo el tiempo, hasta que encontramos un pequeño rancho donde mis hermanos -de 10 y 5 años respectivamente, podían quedarse con una familia postiza.
Mi padre y yo -ya de 11 añotes, seguimos caminando por lo que parecía un desierto interminable entre dos cuerpos de agua…
Los zopilotes empezaron a sobrevolarnos en círculos y yo me pregunté: ‘¿qué tan equivocado podrá estar el instinto de un ave carroñero perfeccionado en miles de años?’
Horas después -o eso me pareció, una pickup nos dio aventón de regreso a la civilización, ‘para consternación de los pobres buitres,’ pensé.
Llegamos a casa de un amigo de mi papá y emprendimos el largo camino de regreso para buscar a mis hermanos.
Encontramos a ambos jugando en un terregal frente a la casita, bajo una nube de polvo de su propia autoría a dueto y muy bien alimentados…
Mi hermana Verónica se había convertido en una figura materna perfecta y había logrado mantener a mi hermanito entretenido, feliz, ajeno a las precarias circunstancias, comiendo lo que había y -lo más importante de todo, sin extrañar a mi mamá y llorar…
Vero creció algunas rayitas en mi mente, corazón y admiración ese día…
Luego me rebasa la Susy a toda velocidad en su bici, voltea a verme y me arrea: “¿y esa trotada…?” como diciendo “¡no flojees!” Yo no la puedo ver porque lleva casco, media cara cubierta con una bandana y trae unos lentes que hacen las veces del parabrisas de un autobús turístico y que le tapan el resto del rostro, pero su voz es inconfundible.
La vez anterior que coincidimos, yo iba trotando y ella gritó “échele, échele, échele…” En otra ocasión, poquito después de mi cumpleaños, se paró a darme el abrazo correspondiente a pesar de que ambos estábamos empapados de sudor, agitados por el ejercicio y un poquito complicados, ella sobre su bici y yo de pie, representando por un lado el respeto a nuestras diferencias e individualidades y por otro, el gusto de vernos. Ya fantaseando, tuvo sabor a estar saludando a una chica rebelde en su Harley o a una jockey en su caballo de carreras...
Susy se volvió única debido a un comentario de Ana, mi esposa, hace muchos años y al cambio de paradigmas que éste detonó.
Resulta que estaba enferma, no recuerdo qué le pasaba, pero se sentía muy mal, andaba de hipocondriaca y dijo algo como: “oye, Gordo, ¿y si me muero, que vas a hacer? ¡Ya sé, te casas con la Susy!”
Era el inicio de una relación divertida y enriquecedora entre ellas dos, tanto de amistad como de trabajo como de ejercicio.
Yo en cambio, estaba pasando una muy mala temporada en lo profesional, económico, emocional y físico -si contamos como enfermedad el alcoholismo que cada vez se hacía más evidente.
Tampoco podía tener nada que ver con que Susy y yo nos lleváramos bien o mal, porque todavía no habíamos convivido gran cosa...
La ebullición de sus palabras fue gradual pero contundente… No nos damos cuenta los tremendos efectos que nuestras palabras pueden tener en la psique y en las vidas de sus destinatarios…
Por principio de cuentas, ninguna amiga, novia, tía, mamá, abuela, colega o pariente me había casado con alguien más ni de broma, mucho menos mi propia esposa. Ni siquiera para las kermeses de la primaria me escogió nadie, ni para sí misma ni para alguien más.
En más de dos décadas juntos, ni vacilando ni por curiosidad habíamos platicado algo así Ana y yo, así que la espontaneidad y la certeza con que dijo esas palabras me desconcertó entonces y hasta la fecha…
Al principio, mientras la amistad de ellas estaba en boga, los pensamientos giraban alrededor de ¿por qué lo había dicho? Pasó por mi mente el dicho de Jacinto Benavente, “El amor es como el fuego. Ven antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro” y dudaba de mi sano juicio, porque según yo no había ni llamas ni humo, sino una creciente admiración, empatía y respeto mutuos dentro de una amistad que desde el principio quedó claramente definida y establecida entre ellas y entre nosotros.
También pasó por mi mente que Ana ya estaba pensando en cómo deshacerse de mí, pero estaba fascinada con la Susy en esa fase de su relación en que hacían yoga cada mañana, compartían oficina y proyectos, se apoyaban, acompañaban y aconsejaban como amigas, así que no hacía ningún sentido que quisiera dañarla así, especialmente sabiendo que ella venía saliendo de un caso similar -con su ex, al que se estaba perfilando conmigo…
Hubo otras hipótesis, incluyendo que fuese una intuición o que ella detectara que detrás de nuestras marcadas diferencias y a pesar de los defectos por los que ella misma me desdeñaba en ese entonces, había cualidades mías que podrían complementar y enriquecer la vida de alguien como Susy, una mujer energética, autosuficiente, indomable, perseverante, etc. y las de ella a mí, un hombre confundido, melancólico y sombrío en esos momentos…
Ese desconcertante “casamiento” de mi esposa, provocó:
Por un lado, una vigilante y respetuosa precaución ante Susy, por otro lado, una curiosidad extrema, y por otro lado más, un alto nivel de atención y concentración a todo lo que ella decía y hacía, como si yo fuera un cachorro de labrador observando una ranita por primera vez.
Por ejemplo, un día Susy saco una naranja de su bolsa y me preguntó si yo quería. En cuanto supe que el primer gajo sería para mí, el esfuerzo y la destreza de sus manos bronceadas y fuertes se convirtió en un espectáculo fascinante e hipnótico. La cáscara de la naranja era gruesa y estaba firmemente adherida, por lo que ella sólo podía arrancar pequeños trozos a la vez. Sus gestos alternaban entre determinación, esfuerzo, frustración e impaciencia mientras forcejeaba con la naranja y entre sonriente, condescendiente, pesarosa y de intriga, cuando me miraba a los ojos en las partes de la conversación que lo ameritaban…
Cuando por fin Susy, orgullosamente, me dio un gajo perfecto y tomó otro para sí, hicimos un ademán de brindis y lo degustamos al mismo tiempo.
Se me erizó la piel con el sabor agridulce, sin embargo, me supo a gloria ese gajo, porque el nivel de atención combinada con su esfuerzo y su compañía estaban siendo el maridaje perfecto.
El sabor de alimentos y bebidas varía dependiendo de con quien se comparten, del ánimo que uno traiga y de lo presente que uno esté…
Fernando Pessoa dice que “El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables.” Las tres cosas sucedieron esa mañana, en unos cuantos minutos y parados en lados opuestos de la barra de la cocina…
El evento quedó grabado en mi interior con una nitidez inmisericorde y una fuerza inexplicable…
Menos de un año después -y hace unos ocho, Susy y mi esposa tuvieron diferencias irreconciliables y tomaron distintos rumbos…
Esa repentina y rotunda separación fue un duelo triplemente doloroso para mí, por su partida, por el efecto en mi esposa y por las causas…
Además, todo lo relacionado con Susy -cuanto más aquella “boda arreglada,” se volvió un tema tabú con Ana y en la oficina, así que probablemente me llevaré a la tumba mis múltiples dudas al respecto...
Sin embargo, sin conflicto no hay reconciliación…
Todas las veces que nos hemos visto desde entonces, aunque sea por breves segundos en encuentros fortuitos en la calle, por coincidencia en eventos, sentados en la banqueta de un establecimiento cerrado, etc. mantienen un grado de atención elevado y mutuo.
Algo así como una amistad gourmet, donde los bocados son ocasionales, pequeños y de sabores inesperados, pero siempre intensos, inolvidables y generalmente exquisitos; donde nos vemos muy de vez en cuando, pero ambos recordamos bien en dónde nos quedamos en la conversación, en las noticias del otro, lo que nos preocupaba, alegraba o sucedía a nosotros y a cada uno de nuestros seres queridos…
Esa clasificación gourmet es, probablemente, un resultado de aquel “casamiento” cuando apenas nos conocíamos…
Una coincidencia de los tres en el Chedraui hace como un año, tuvo un grato sabor de reencuentro. Susy recordaba en qué se habían quedado las conversaciones con cada uno, así que la breve platica fue rica y estimulante para los tres y el reciente abrazo que me dio de cumpleaños fue muy agradecido y significativo para mí.
Lentamente doy alcance a una pareja, él es al menos 40 centímetros más alto que ella y pienso que así se han de haber visto mis padres en sus 30’s. Ella frena abruptamente y se regresa, temeraria e intempestivamente, casi chocando conmigo… Él reacciona un par de pasos después y voltea. Es una mezcla entre Magnum y el profesor Girafales. “¿qué es?” le pregunta a ella que estaba pisoteando algo con una determinación ferviente. “un alacrán.” “ni me dejaste verlo,” comenzó a quejarse él, “yo lo hubiera agarrado de la colita...” agregó con la cara y el tipo de humor de Javier el de Neneta, mirándome a los ojos como buscando un cómplice de lamentos y después se fue a alcanzarla pues, habiendo terminado el exterminio con la resolución y eficiencia con la que suelen actuar las chaparritas, ella ya había vuelto al trote mañanero como si nada hubiera pasado…
Esto me recordó el evento al que fue mi esposa con sus amigas colegas de AMPI recientemente, donde después de haber estado bailando descalzas sobre el pasto por un buen rato, vieron un alacrán enorme y además de los güeros. Mientras algunas huían del pasto, otras gritaban y otras más reían nerviosas. Ana, rauda y velozmente, lo atrapó en un vaso, para sorpresa de unas, alivio de otras y curiosidad de otras más…
Más adelante, el Iñigo me rebasa trotando y luego voltea sonriente a saludarme. Recién inauguró su galería en donde era Pan D’Les, al lado del Doce Cuarenta de la Madero. El día que nos encontramos frente al Paradiso y me invitó a conocerla, llegaron también Andrea, alumna mía y amiga de mi hijo Pablo desde la secundaria, con Karla, su mamá y a quien alguna vez le conseguí unas placas de circulación con numeración 888 para su flamante Hummer roja nuevecita.
Karla era la pareja de Jeffrey -mi jefe del 2006 al 2008, y con ellos dos más el buen Jorgeloy, fui alguna vez a la Expo Muebles en el centro Banamex de la CDMX, colindante con el majestuoso Hipódromo de Las Américas.
Nos hospedamos en el Four Seasons de Paseo de La Reforma, que en esos días era la sede de un evento del MTV Awards.
Al otro día, desayunamos los cuatro juntos en un patio lleno de gente importante y famosa…
Karla iba vestida como para los Óscares y traía unos lentes de alta gama, a tono con su atuendo, todo en color blanco…
Poco más tarde recibí la llamada de mi amiga Laura quien había sido informada por su hermano Manuel -uno de los directivos del evento, que me vio desayunando con “Paulina Rubio” y la intriga se desató en su mente a tal grado, que no pudo aguantarse las ganas de marcarme…
Ya por terminar mi recorrido, veo la escultura “Sirena con Delfines” y la banca donde el otro día -o más bien noche, vi a dos señoras sentadas contemplando el mar. Como pasé despacio y no había nadie más tan temprano, pude percibir un silencio inusual entre amigas que se dan cita para caminar, correr, tomar café o incluso sentarse en una banquita...
Definitivamente no era una sesión meditativa, ni una pausa entre chismes, ni un enojo entre ellas, ni una cavilación individual en la conspiración conjunta contra algún indeseable en la vida de alguna de las dos, ambas en sus cuarentas, sino algo más perturbador, al menos para una imaginación indomesticable, como la mía.
Recuerdo mis muchas elucubraciones esa mañana, desde la hipótesis de que fueran mujeres-lobo recién reincorporadas a sus versiones humanas y sufriendo de una terrible cruda moral por las atrocidades cometidas toda la noche por sus versiones lobo, hasta la posibilidad de que fueran hermanas en luto por la partida al más allá de algún ser querido, pasando por un rico surtido de otras suposiciones intermedias.
También concluí que eran nuevas. Me explico: dentro del amplio universo de anónimos que circulan en el malecón a las horas que yo acostumbro a ir, existen desconocidos habituales, ocasionales y nuevos, como ellas dos. Lo cual me hace pensar que se dieron cita ahí por algo privado, importante, impostergable, escandaloso y/o clandestino.
O sea, ¿Cómo para que asunto le hablas a alguien y le dices “nos vemos a las cinco de la mañana en la Sirena con Delfines”?
Al final se impuso mi incorregible optimismo aderezado de romanticismo porque, ¿qué clase de amiga te responde: “sí, claro, te estaré esperando en la banca de la derecha viendo hacia el mar,” luego cuelga como si nada y al otro día está ahí tal y como dijo?
También, dicen que el mayor acto de sanación es hablar y el mayor acto de amor es escuchar. Pero, los conocidos sólo oyen lo que hablas; los amigos escuchan con atención lo que declaras, pero sólo los mejores amigos entienden lo que no dices, que para mí es el caso de estas amigas.
Independientemente del motivo de su reunión, ese día quedé muy agradecido por las personas en mi vida que han acudido cuando necesito tener una catarsis, recibir un abrazo o simplemente estar en compañía de alguien que me aprecia, aunque las palabras aún no estén listas para salir…
La subida del malecón a la Belisario siempre hace que me duelan las pompis, es increíble que después de tanto tiempo mis músculos no se acostumbren a esa cuesta. Por otro lado, el “no pain, no gain,” me da esperanzas de que algún día recuperaré algo del volumen perdido…
Después de tomarme la foto en la ventana del vecino, casi choco con la otra vecina justo en la esquina que ella dobló quedando frente a mí.
Así que de pilón me toca saludar a Claudia, que anda uniformada con el Blacky, ambos de negro con detalles en rojo, él la correa, ella los labios.
Me da pena besar su mejilla y más aún abrazarla estando empapado en sudor, pero se impone la costumbre de los años. Ha sido la vecina de enfrente desde que nació, hace más de cinco décadas.
De hecho, primero vivió en mi casa, pues su mamá se puso delicada al darla a luz y mi abuela Leonor y Loreto -la nana de tres generaciones, la acogieron sus primeros días de vida en lo que se recuperaba su mamá.
Con el paso de los años, Claudia también ha sido psicóloga de mis hijos, terapeuta de Ana y mía -como pareja e individualmente.
Después me ayudó y orientó con el tema de mi adicción, sus causas de fondo y en el transcurso de todo eso, me fue enseñando a liberarme de culpas, resentimientos, inseguridades, prejuicios y a quererme a mí mismo, al punto de poder escribir esta hora de pensamientos mañaneros sin omisiones, temor, malicia, preocupación, intenciones laterales, etc. (mi abuela diría “con descaro, mijito”), sino por el simple gusto de expresar lo que sucede entre mis orejas, al alba de un día cualquiera…
Finalmente acabamos siendo grandes amigos.
Así que cuando ingenuamente me preguntan si no me aburre salir a caminar al malecón, estos eventos mañaneros -correspondientes a dos lunas llenas de verano, los viajes en el tiempo que detonan y la locura que hacen evidente, me hacen sonreír…
Por si fuera poco, los asuntos de trabajo tienen invadidos mis entornos familiares y sociales, así como mi casa y hasta los autos, así que ir al malecón es como cruzar el portal a un mundo fantástico, enorme, libre de llamadas, conflictos y urgencias donde puedo ser yo mismo por un periodo de tiempo que suele irse demasiado pronto…
Además, como decía aquel anuncio de pan Bimbo hace años: “y esto es todos los días…”








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